miércoles, 17 de febrero de 2010

La auténtica crisis y las buenas noticias

Hace aproximadamente tres años que noticias, artículos, columnas de opinión, espacios radiofónicos y televisivos abordan las cuestiones relativas a la crisis financiera y económica que afecta al mundo. Desde 2007 y el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, y posteriormente en España, que es la realidad que conozco, el concepto crisis, ha sido elaborado, descrito, escrito, y analizado desde diversos puntos de vista en multitud de medios y publicaciones. Sin embargo, y salvo raras y superficiales excepciones, en ninguno de esos espacios se ha ido demasiado lejos con este análisis. Propongo intentarlo con rigor y paciencia.

A mi entender, el fallo financiero global, y posteriormente económico, la crisis, no es más que un síntoma. Un síntoma de algo mucho más importante, y sin duda de mayor alcance y repercusión que está en la base de parte de nuestros problemas. Esta crisis es la consecuencia de una crisis aún mayor y que hace aún más tiempo que nos afecta, y ésta es una crisis de conciencia.

No vengo a decir nada nuevo, pues muchas son las voces, que nos hablan desde hace décadas, un siglo entero si me apuras, de crisis cultural, de valores, espiritual, educativa, climática, política, energética, social etc. Sin embargo, aunque las habíamos escuchado, ¿quién las tuvo en cuenta a la hora de actuar? ¿Alguien se atreve a afirmar que alguna de estas cosas no se encuentra en un estado lamentable de putrefacción y desintegración? Tantas crisis juntas, y que se prolongan desde hace tanto tiempo, que a veces se me ocurre que el término decadencia sería más apropiado para englobarlas a todas. La decadencia de todas esas cosas es la que nos ha llevado a la peor de las situaciones, vivir en un mundo en el que es casi imposible tener un proyecto de vida. Nos vemos privados de la virtud que disponemos como seres incompletos de llevarnos a cabo a nosotros mismos Por eso, que todo caiga es en realidad la mejor de las noticias. Asistimos quizás al gran fracaso del espíritu del siglo que solo el desastre material nos hará ver con claridad. Ojalá.

Aún sabiendo que esta decadencia arranca hace mucho tiempo, porque me resisto a pensar que sea inherente al ser humano, al parecer es en el siglo XX cuando los acontecimientos se aceleran de tal modo que la miseria se consolida y alcanza mayores dimensiones, en todos los rincones del mundo, y en el corazón de todos los hombres.

La potencia de esa enfermedad que nos lleva es tal, que aún a sabiendas de nuestra propia putrefacción, seguimos sin prestarle ninguna atención mientras podamos tener más cosas, vivir al día, a la última, estar en el torbellino, fingir del modo más ruin y triste que hay, que es fingir ante uno mismo. El consumo brutal nos lo pone fácil. Hasta el punto de que si alguna vez nos preocupamos de nosotros mismos, tampoco parece que lo hagamos de un modo visceral y auténtico, si no más bien como un nuevo modo de consumir, en este caso bienestar, sin recabar en ninguna profundidad ni reflexión. Nuestro modo de vivir sufrió una pérdida de sentido brutal hasta parecer que no hubiera sentido alguno en el vivir y ante esa desintegración la tendencia fue meter la cabeza en el agujero en lugar de tomar cartas en el asunto.

Hemos hundido la ética en la ley del máximo beneficio, y aún peor, del máximo beneficio en el mínimo tiempo. Hemos hundido nuestro criterio en la fe, el arte en la distracción, el discurso en la redacción superficial, el conocimiento en las aulas cerradas, nos hemos hundido en una miseria psicológica masiva. Como iba a ser posible que un sistema tan enfermo sobreviviera mucho tiempo. Nos empezamos a dar cuenta de ello cuando se nos acaba el dinero, cuando ya no podemos tapar más el agujero, que por otro lado ya se ha hecho enorme. Sin embargo, tal vez debemos hundirnos en el ocaso para dar paso a un nuevo amanecer, después que la noche y su silencio nos hayan dado espacio para el sueño reparador. Por eso las noticias que nos invaden son las mejores que podemos tener, cuanto más cerca estemos del colapso económico, de la insurrección civil, de la revuelta social, del fracaso académico masivo, del cierre de bancos y empresas, de la dimisión de gobernantes, del escarnio de los corruptos, mayor es el ánimo que siento por estas buenas noticias pues para construir algo nuevo, primero debemos borrar todo lo que en estos tiempos decadentes hemos levantado. Hacer limpio para volver a empezar, si somos capaces. Por eso las noticias de crisis son las mejores noticias que podemos recibir.